sábado, 23 de octubre de 2010

Una rosa que marchitó

Una rosa se desprendió de su tallo
para venir a mi encuentro,
ruborizada en belleza recreó mi mirar adormecido;
me regaló su aroma traído por el viento
y sin espinas acarició mi corazón herido.

Me dio el sueño feliz de incógnitos amaneceres,
el trinar de aves canoras al despertar;
alivió de un soplo tristes padeceres,
y tomado de su mano, volví a caminar.

Y así los caminos en un solo andar,
fuimos peregrinos, andantes, marinos;
recorrimos alpes, llanuras y mar
llevando en las manos nuestro gran cariño.

Su fragancia limpia colmaba mis ansias,
no se desprendía su aroma de mi;
en mis atenciones llevaba la vida,
a cada suspiro con mas fenecí.

Pétalos al viento, caricias sentidas,
sus manos temblaban por sobre mi tez;
toda otra mirada era inadvertida,
me enseñó en su alma lo buena que es.

Me así de su tallo, cual enredadera,
me entregó su vida, la mía le dí;
conocimos cosas que eran vez primera,
entonces hubo algo que yo no advertí.

Su naturaleza pedía, clamaba,
aliento de vida que no supe dar;
el agua brillante que la sed calmaba
de pozo profundo dejó de brotar.

El tarro perfecto donde colocarla,
de tanto buscarlo, no lo pude hallar;
y poquito a poco se me marchitaba
mis pesadas manos dejaba de amar.

Hoy está marchita la flor que era vida!
Todas mis desgracias marcaron su piel;
hoy su aroma triste es de despedida
de dulce que era, es tan solo hiel.

Abatido mi sentir, ya no hay camino,
esa flor eterna en mi ha de vivir;
es mía la culpa, hice ese destino
pagaré por ello mi abandono vil!

A. J. Pals



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